top of page

Hace días que sé que quiero escribir sobre nuestras chicas, quizás las que más relucen de todas las de oro que ha tenido este país. He empezado el artículo hasta seis veces y todas de manera distinta, pero ninguna me acaba de convencer. Tampoco ésta. Pero no permitiré que la ausencia de inspiración de mi prosa me prive de reconocer públicamente al que ha sido sin duda el mejor equipo nacional que ha representado jamás a España. No hace mucho tiempo era imposible pensar en la selección española de fútbol como campeona del mundo; si nuestro país tenía un combinado nacional era exclusivamente para saciar esa necesidad tan española del chiste y el chascarro. Jamás pensamos en ganar un Mundial de baloncesto, o balonmano, o tener a un campeón de Formula 1. Con razón un conocido periódico deportivo decidió, a rebufo de los éxitos del cántabro Oscar Freire, bautizar a la actual como la Edad de Oro del deporte español. Actualmente, estamos acostumbrados al éxito en cada una de las disciplinas deportivas a las que nos asomamos, aquí no entraremos a analizar el por qué, pero no podemos permitir que aquellos que fueron pioneros en este país de mediocres resultados histórico-deportivos caigan en el olvido. Es por eso que desde Ojo de Halcón queremos desmarcarnos de esa especialidad española para enterrar glorias pasadas. Nosotros no olvidamos.

La década prodigiosa

Nos acercamos al final de 2013 y el tenis femenino español se encuentra en horas bajas, a pesar de que seis de nuestras jugadoras se encuentran asentadas en el Top100, con la incombustible Anabel Medina recién salida del mismo. La canaria Carla Suárez, decimocuarta jugadora mundial ha hecho acto de presencia, a sus 25 años, en la segunda semana de los cuatro Grand Slam. Y ello a pesar del tenis físico que se impone hoy en día. Nuestras chicas promedian unos veinte títulos al año y además tres de nuestras Top100 (Garbine Muguruza, Tita Torró y Lara Arruabarrena) tienen menos de 21 años. Y no olvidemos que acaba de retirarse Vivi Ruano, una de las grandes doblistas de siempre, con 11 títulos de Grand Slam a sus espaldas (uno de ellos, en dobles mixto).

 

Sin embargo, a pesar de que estos guarismos son muy superiores a los que estamos acostumbrados, en España se da la espalda a esta realidad. Desde el sofá y muy especialmente desde los sillones de la redacción de prensa, reclamamos el sitio que creemos que nos corresponde cuando en realidad nunca ha sido así. La culpa de esto la conocemos todos: Conchita Martínez y Arantxa Sánchez Vicario. Si echamos la vista atrás para recordar tiempos mejores, nos encontramos con dos tenistas excepcionales, casos aislados y únicos que se dan cada muchos años.

 

A comienzos de los años 90 coincidieron en el circuito femenino la que yo defiendo como mejor generación de tenistas de la historia. Es rara tanta acumulación de talentos, pero más raro es incluso que alguna fuese española. Pues bien, como una alineación planetaria, nos tocaron dos. Nunca habíamos tenido ninguna y, de pronto, nos salían por partida doble. En el puente entre los ochenta y noventa, en los cuadros de los torneos destacaban nombres como Chris Evert, Martina Navratilova, Steffi Graf, Mónica Seles, Jennifer Capriati, Gabriela Sabatini, Jana Novotna, Lindsay Davenport, Mary Pierce, Martina Hingis, Venus y Serena Williams,… Algunas de ellas llegaron cuando se acababa la fiesta y muchas más se vieron relegadas a un segundo escalón por haberse visto atrapadas en la generación más complicada. Las propias Sabatini o Novotna son buenos ejemplos de ello, igual que el papel de figurantes al que fueron condenadas buenas jugadoras como Zvereva, Maleeva, Mary Joe Fernández, Chanda Rubin o Anke Hubert. Entre todas ellas destacaban dos españolas cuyos nombres van en todo el mundo irremediablemente  ligados.

 

Arantxa y Conchita no sólo compitieron entre ellas durante prácticamente una década, sino que como pareja de dobles se compenetraron también a la perfección. Juntas sembraban el terror y recogían el pánico en forma de resultados cuando las rivales las veían al otro lado de la pista o bajo la misma bandera. Durante años no se movieron de las cuatro o cinco primeras posiciones del ránking. Arantxa, mucho más regular, supo sacar más partido a su carrera instalándose cómodamente en la segunda posición mundial y alcanzando el número uno, pero Conchita, todo talento y cuya carrera se asemejó a una degustación del mejor tenis, no falló cuando España la necesitaba.

 

Nuestro país nunca había ganado la Fed Cup, la competición femenina por equipos y la época más competida de la historia del tenis femenino fue la elegida por nuestras jugadoras para cambiar la historia. Así, en 1991 alcanzaron la final para derrotar al potente equipo americano (Capriati, Mary Joe Fernandez, Garrison y la excepcional doblista Gigi Fernandez) por 2-1, sobreponiéndose a la derrota de Conchita frente a la jovencísima Capriati en el partido inaugural de la serie. Aquello fue todo un hito sin precedentes en la historia del tenis femenino español. Al año siguiente, nuestras chicas a punto estuvieron de repetir la gesta, pero terminaron por sucumbir ante la Alemania de Graf en una final en la que las españolas sólo pudieron conseguir el punto de dobles.

Espoleadas por esta derrota, Arantxa y Conchita nos brindaron junto a sus compañeras nada más y nada menos que tres triunfos consecutivos en 1993, 1994 y 1995. En el 93 y el 94 tan sólo cedieron una derrota en cada edición. Las víctimas en las finales fueron las australianas y las americanas, ambas aniquiladas por 3-0. Estados Unidos volvió a cruzarse en nuestro camino en la final del 95, con un equipo formado por Davenport, Rubin, Mary Joe Fernandez y Gigi Fernandez. Por España compitieron, además de nuestra pareja de oro, Vivi Ruano y Mª Antonia Sánchez Lorenzo, una de las bellezas del circuito. A pesar del 3-2 final, las españolas se hicieron con los tres primeros puntos de la serie.

 

En 1996 alcanzamos nuevamente la final, para un total de seis consecutivas. El equipo norteamericano, liderado por una renacida Mónica Seles se tomó cumplida venganza de su derrota del año anterior. Hubo que esperar a 1998 para recuperar un título que ya se asociaba a nuestro país. La veteranía de Arantxa y Conchita se impuso en el greenset de Ginebra a las jovencísimas Martina Hingis y Patty Schnyder, ganándoles el punto decisivo que ponía el 3-2 en la eliminatoria por 6/0 y 6/2.

 

La década gloriosa se cerraría con otra final en el año 2000, final que se repetiría dos años más tarde cuando esta generación inolvidable comandada por Conchita y Arantrxa daba sus últimos coletazos. Entre la final cosechada en 1989 y la del año 2002 había un camino con cinco títulos y un total de diez finales. Aquella fue sin duda la edad de oro del tenis femenino español. Las 72 victorias conseguidas por Arantxa son todavía el record de victorias del torneo, a pesar de que hoy en día las eliminatorias son más largas. 

 

Echando la vista atrás uno entiende que el buen momento actual del tenis femenino español pase desapercibido. Probablemente, el resto de nuestra historia vaya a consistir en horas bajas, pero hay una cosa que no concibo: cuando estábamos escasos de alegrías todos celebrábamos los triunfos de nuestras chicas en la Copa Federación; en cambio hoy, borrachos de triunfos, nadie se acuerda de ellas, que siempre estuvieron al pie del cañón. Y nosotros con ellas, pegados al televisor. No pido que copen las portadas de hoy en día, pero el agradecimiento que les debemos no nos permite desterrarlas de la memoria colectiva. Y digo esto porque mientras buscaba la manera de empezar a escribir este artículo, he sido incapaz de encontrar en todo Internet una referencia a estos diez años de éxito y, por supuesto, ni un solo documento audiovisual.

 

España mía, es tarde para que te prohíba olvidar al equipo español de Copa Federación de los noventa. Por eso desde este espacio que me ofrece Ojo de Halcón, escribo estas líneas para ayudarte a recordar. Ellas te hicieron grande. Con ellas soñaste, vibraste y gritaste “¡Vamos!” por primera vez. Si cierras los ojos y haces memoria, quizás bese tu mejilla alguna lágrima como las que yo derramé durante las semifinales del año 1995 en las que derrotamos a Alemania en mi ciudad de Santander. No puedo ayudarte a hacer la introspección si ésta ha de ser auténtica, pero si buscas en tu memoria, España, si te tragas la soberbia y miras dentro de ti, España, quizás encuentres el aliento que necesitas para decir “gracias”.

  • Facebook Classic
  • Twitter Classic
  • Google Classic
  • RSS Classic
bottom of page