Era sólo una niña cuando derrotó a Serena Williams en la central de Londres para ingresar directamente en el olimpo del tenis. La victoria con la que sueñan todos los tenistas profesionales y que casi ninguno consigue, la obtuvo Maria con 17 años y fue una experiencia liberadora. Repito, 17 años. Es una barbaridad y aún así parecía su última oportunidad de escapar de la sombra de Anna Kournikova.

Porque como su compatriota, Sharapova era un icono de belleza antes que una figura de la raqueta. La rusa llevaba dos años en el circuito y la etiqueta de modelo con raqueta comenzaba a oprimirla. Demostró su enorme carácter para reivindicarse como mejor sabe hacerlo, a raquetazo limpio, y se instaló por méritos propios en la élite convirtiéndose en la gran sensación del circuito femenino. Con su victoria en el Masters de 2004 confirmó que había venido para quedarse.

La joven rusa alcanzó el número 1 al año siguiente y encabezó la revolución rusa en las pistas de todo el mundo. Desde entonces, ha conseguido ganar en todos los grandes escenarios del tenis, sorprendiendo especialmente su progresiva adaptación a la tierra batida, último Grand Slam que consiguió y único que ha conseguido repetir. Como dato de los que tanto nos gustan, hay que señalar que Sharapova se ha impuesto en 54 de los últimos 58 partidos que ha disputado en tierra batida.

Sus exagerados gritos al golpear le han ocasionado más de un problema y generan debate desde siempre. Bien podría decirse que todo a su alrededor es noticia, pero lo cierto es que la sobrina de Yevgueni Káfelnikov no está exenta de extravagancias: la siberiana dejó plantado a su prometido justo antes del enlace, se ha enfrentado públicamente a Serena Williams por el búlgaro Dimitrov y hace firmar a sus entrenadores un contrato en el que se incluye una cláusula que les prohíbe mantener una relación de carácter sexual con ella. Son innumerables las polémicas de esta jugadora descubierta por Martina Navratilona en un torneo en Moscú, pero lo que ocurre fuera de la pista nos importa poco.

Es abanderada del juego de ataque y poseedora de una tremenda fuerza mental que le ha ayudado en los momentos más duros de su carrera, especialmente la grave lesión de hombro en 2008 que le obligó a pasar por el quirófano y a readaptar su juego, modificando entre otros aspectos su mecánica de saque. No sólo se sobrepuso a tres años de recaídas y resultados mediocres para una jugadora de su nivel, sino que cuando ya parecía haber terminado su travesía por el desierto del tenis tuvo que perderse el final de la temporada pasada por nuevos problemas en el hombro. Y acaba de ganar su quinto Grand Slam. Así es Maria, siempre vuelve.

El análisis de su juego es sencillo: ganar el punto en cada golpe. Sharapova tiene el talento suficiente y el repertorio necesario para no tener que variar su juego en función de la rival que esté al otro lado de la red. Ella siempre tira, preferiblemente al lado contrario al que esté situada la otra jugadora. Golpea duro, con fuerza, peso e intensidad, vaciándose golpe a golpe, punto a punto. Porque no entiende de tácticas ni estrategias y se limita a darlo todo por la bola que está en juego. Y eso lo agradece el aficionado. Maria Sharapova, bella y bestia del circuito.