Rafael Nadal Parera. Sólo su nombre ya produce vértigo. Si a nosotros nos asusta escribir sobre él, mejor no pensar lo que deben sentir sus rivales al verle al otro lado de la red. Rafa lo ha conseguido todo en el mundo del tenis. Sus descomunales e impresionantes logros banalizan lo que pueda decirse de su juego. El análisis tenístico generaría polémica y determinar si es o no el mejor tenista de la historia no nos corresponde a nosotros. Cuestión de gustos, suponemos.

El mayor reconocimiento que podemos hacerle a Rafa es buscar aquello en lo que todos podamos estar de acuerdo. Y en ese sentido, justo es admitir que debemos estar agradecidos por el ejemplo que representa. Raquetas aparte, Nadal es sin lugar a dudas el mejor deportista que haya visto cualquier persona que esté viva hoy en día. Ahora me estoy refiriendo a esos valores que encarna y exhibe, los que hacen que seguramente hubiese triunfado en cualquier ámbito al que se hubiese dedicado, los que todos querríamos para nuestros hijos. Su disciplina de trabajo, su ética del esfuerzo, su espíritu de sacrificio, esa sana e insaciable ambición. La progresión que ha seguido sólo se explica con el interés por cuidar cada detalle para ser mejor cada día. Rafa es educado en el trato, honesto, constante. Tiene esa sencillez y esa humildad que todos admiramos, el poder de ser un icono global y dar la imagen de ser un tío normal. Todas estas cosas le convierten en un ser humano impresionante. Y muy majete, el chaval.

Sin todo esto nada tendría sentido. La mejor derecha sería inútil si detrás no hay nada que la convierta en ganadora. Sacar a 220 km/h no gana partidos. No digamos ya torneos. Hablando de saques, en Ojo de Halcón no compartimos en absoluto las voces que apuntan al servicio de Nadal como una de sus debilidades. Quizás no tenga el más potente ni definitivo, pero su capacidad para variarlo y ponerlo exactamente donde quiere le facilitan empezar el punto con ventaja. Sólo hay que echar un ojo a su eficacia cuando saca y al porcentaje de primeros que pone en juego. De acuerdo, no es su mejor arma, pero está lejísimos de ser una debilidad. Rafa en estado puro.

Se le ha reprochado desde sus inicios su propuesta conservadora y la primacía del aspecto físico en su juego. De alguna manera, todo eso ha quedado atrás: en 2008 comenzó a jugar mucho más agresivo y en 2010 se metió unos metros más en la pista. Ya nadie duda de que Nadal tiene talento de sobra para dominar los puntos y llevar la iniciativa, a pesar de que sigue sintiéndose fuerte por detrás de la línea de fondo. En el fondo es normal: de esa forma es insuperable y, ante todo, Rafa es un competidor bestial. Por eso, lo mejor está por llegar. Porque con él sabemos que los límites son provisionales. El mundo entero le ha visto superarse y progresar cuando Federer o Djokovic así se lo han exigido. Da igual, no necesita estímulos externos porque su lucha diaria es contra si mismo y ahora que sabemos que siempre pierde el Rafa del pasado, nos preguntamos con qué no será capaz de sorprendernos el Rafa del futuro.

Así es Rafa Nadal. Inabarcable. Leyenda. Icono. El número uno trasciende mucho más allá del tenis y resulta un personaje inspirador a todos los niveles. Tenemos suerte de ser sus coetáneos. Rafa, gracias por todo.