top of page

Querido enemigo:

Tenía sólo once años y cinco duros en el bolsillo el día que te conocí. Era un fin de semana helado de diciembre y tu presencia al otro lado del televisor me hizo desear pronto el invierno. Te odié a primera vista. Incondicionalmente.

 

Tú también eras un niño, aunque nunca sonreías. Jugabas tu primera final de Copa Davis y el mundo del tenis te señalaba como el nuevo Bad Boy. Vive Dios que lo eras. Por aquel entonces estoy seguro de que te hubiese encantado saber que un mocoso como yo estaba conjurando todo tipo de sortilegios para que tu carrera fracasase. El público de Niza y Francia entera no eran los únicos atrapados en la red de tus provocaciones. Y eso que lo último que deseaba era una victoria francesa. Lo siento, amigo, perdiste tus dos individuales. Es imposible que aún hoy no te escueza a pesar del título. No te imaginas cómo lo celebré cuando Escudé os devolvió la jugada dos años más tarde.

 

Las miradas desafiantes al otro lado de la red, tu inconfundible C’mon! y las ostentosas celebraciones no eran más que parte de tu irreverencia. Lo pusiste todo patas arribas. Las jerarquías no eran para ti, te encargaste de escribir tus propias reglas. Cuántas veces habré maldecido ese revés in extremis que te hacía tan grande. Fantaseaba en secreto con arrancarte tu inseparable gorra, cortarte la ridícula coleta que quizás era el origen de tu fuerza oceánica y con obligarte a jugar en un campo de fútbol, a ver si así perdías algún punto.

 

Hubiese dado igual. En el año 2000 ya ganabas con regularidad y lo que vino después es historia conocida. Habías hecho del tenis una guerra y eras imposible de capturar. Me acostumbré a verte triunfar contracorriente y a contraestilo, saliendo airoso de situaciones que debían ser definitivas. Nadie ha defendido en una pista de tenis como tú. Nadie ha contraatacado como tú. Con golpes, no con músculo. Según fui adquiriendo juicio crítico pude comprender el mérito de tu éxito, pero que te embarrases con clase no era suficiente para mí. Yo era fan de Ferrero, otro rubiales precoz con una derecha devastadora que tu neutralizaste sin aparente dificultad. Progresasteis en paralelo, separados únicamente por una pista de tenis de varios años luz. Probablemente le recuerdes del Sant Jordi.

 

Quince años después quiero darte las gracias por estar allí. Hoy sé que sin ti aquel maravilloso recuerdo sería otro. España ni siquiera lo sospecha, pero hacía falta un antihéroe que diese dimensión a la gesta y, sobre todo, que nos uniese a todos contra el enemigo. El mundial de baloncesto es más reciente y menos recordado. Aunque sea el momento más duro de tu carrera, gracias.

 

A ti te debo también el Wimbledon que más he vibrado, cuando la pista era rápida todavía. Estabas lejos de reunir las condiciones ideales para el césped, pero tu especialidad era competir. Ésa fue la segunda vez que me alegré de tu victoria. Ya te había animado en la final del US Open del año anterior en la que destrozaste a Sampras. Siempre preferí a Agassi. ¿Te acuerdas? Decían que no podrías romperle el servicio y lo hiciste en el primer juego. Cómo debiste disfrutar ese día que conmocionó Nueva York por unas horas antes de que dos aviones te robasen el momento. Volví a apoyarte en tus otras dos finales de Grand Slam, pero entonces sí me fallaste. Y no será porque no has sido fiable. Por contra, tu segundo Masters me amargó mucho más que una interminable mañana de domingo. Hay gatos con menos vidas que tú. En fin, está claro que no estábamos concebidos para ir en el mismo bando.

 

A pesar de ello quiero despedirte como te mereces. Me gustaría que éste sea el aplauso que nunca pude darte en directo y que tiene valor doble porque mi respeto lo has conquistado palmo a palmo. Hace años que es todo tuyo. No escuches, si es que alguna vez lo has hecho, a los que te acusan de talento limitado. Hablan envalentonados desde la temeridad que tu ocaso les despierta. Quien te ha sufrido lo sabe. Movilidad, inteligencia táctica y fortaleza mental te hicieron el número uno más joven de la historia, dos veces, pero eres mucho más. Eres parte del tenis tal y como lo conocí, un deporte que quiero y añoro. Eres historia de este deporte. Has sido tan maleducado como respetuoso. Has ganado mal y perdido bien, insultado a rivales, generado polémicas. También has ganado bien y perdido mal. Has jugado por ganar y has perdido por amar jugar. Has levantado odios, estadios y pasiones. Has vuelto a las pistas cuando los  médicos habían condenado tu cuerpo. Has sido ejemplo de deporte. Has sido tal como eres y lo has sido durante toda tu carrera, dentro y fuera de la pista. Has sido honesto, héroe y villano. Una vez que se te entiende, se te quiere. Siempre lo has dado todo y estoy convencido de que podrías seguir dándolo. No importa si no quieres hacerlo, es tu decisión. Has sido muchas cosas y una sobre todas ellas: mi vikingo favorito.

 

  • Facebook Classic
  • Twitter Classic
  • Google Classic
  • RSS Classic
bottom of page